martes, 1 de noviembre de 2022

HUERFANO

 

 

HUERFANO




 

Me quedé huérfano muy pronto, casi era un niño. 

Mis padres lo eran todo para mí, no podía vivir sin ellos. Tampoco tuve hermanos. Una hermana hasta que me quedé huérfano, pero a ella también la perdí. No podría vivir sin ella, ni sin mis padres, ni tampoco sin mis abuelos. Pero a todos los perdí. Antes de perderlos, la vida sin todos ellos era inimaginable. Tuve otra hermana justo antes de quedarme huérfano. Es como si no la hubiera tenido nunca. A los trece años. La vida no podía existir

 Al principio era un sueño, después una pesadilla, después un despertar. Una nube, un nubarrón, una tormenta, un arco iris, el juego y la risa, el asombro y la felicidad.

Yo me había embarcado en un viaje extraordinario, una aventura maravillosa aparecía en mi imaginación. Mis padres mientras, se habían quedado guardando la casa y esperándome, apenados y contentos a la vez. 

Muy pronto, el sueño venturoso fue convirtiéndose poco a poco, sin darme cuenta, en una especie de pesadilla. 

Dentro de la aventura, la vida sin mis seres queridos: padres, hermanas, abuelos, tíos y amigos del pueblo, donde todos formábamos parte de una gran familia, que nos protegíamos unos a otros y participábamos de nuestras correrías. 

Todo empezó a zozobrar como un barco dentro de una tormenta. Los tenía siempre en mi cabeza y en mi corazón. Los echaba de menos. No podía quitármelos de encima. Les contaba todo lo bueno que me pasaba, pero lo malo me lo guardaba para mí solo.

Me asaltaban miedos ante cosas inesperadas con las que no me había enfrentado nunca. Mi táctica de defensa fue la huida. Salir corriendo en otra dirección. Esconderme en mi guarida como un animal herido. No lloraba, pero temblaba de arriba abajo. El corazón me latía más fuerte y rápido. Me agitaba, me mordía las uñas, me rascaba. Hasta que se me iba olvidando poco a poco.

Y eso, a pesar de que en ese nuevo mundo al que fui a parar, me acogió, era, otra gran familia, que me protegía y me cuidaba también, incluso en algunas cosas, a mí me parecía mejor, me llenaban de atenciones, me sonreían, me decían lo guapo y lo bueno que era, algo que no me habían dicho nunca, que desconocía por completo. Gracias a ellos sobreviví y me sentí menos huérfano.

Pero mis padres auténticos y mi pueblo era algo distinto de lo que no me podía desprender. Estaban dentro de mí, formaba parte de mí vida, sin los que yo era nada. 

En mi nueva familia había algo que era mucho mejor, como la respiración y el corazón, pero a la vez había algo peor que no entendía ni sabía explicar. Los dos mundos tenían algo bueno y malo a la vez que se escapaba de mis entendederas e ilusiones. Como el agua del que depende la sed. Yo no podía vivir sin una ni otra cosa. En este nuevo mundo yo no podía hacer cosas sin mis padres. Pasa muchas veces en los sueños, quieres dar un paso y no puedes, quieres correr y caes en el vacío. Lo que quería hacer resultaba imposible. Como si quisiera volar, pero me faltaran las alas. Tan necesarios como un órgano vital sin el cual es imposible vivir. Como si a la vez que me hubiera dado la vida me impidiera vivir. Algo muy extraño que no se sabe cómo explicar, que no se puede entender. Tener boca, pero no poder hablar, ni besar. Tener manos, pero no poder acariciar. Tener piernas, pero caerte en el vacío al pretender andar. Las personas normales, los muchachos del pueblo, lo hacían sin más ni más, pero yo, que era como ellos, yo no podía. 

Sentía el placer que ellos sentían al hacerlo, pero yo no podía hacerlo. Me gustaría hacerlo, pero como no podía me quedaba sin hacerlo, con las ganas. 

Me fui acostumbrando a ello y ya ni lo intentaba. Al imaginarme hacerlo después creía que lo había hecho. 

Antes, como tenía padres, no me preocupaba porque ellos me lo hacían. Ellos eran mis piernas, mis manos, mi boca. Y cuando ellos no estaban desarrollé la artimaña para que otros en su lugar me lo hicieran. Mi vida se convirtió en artimañas y escaramuzas. Pero me sentía triste, y fui desarrollando una tristeza que se notaba a la legua. Aunque yo tampoco sabía que estaba triste, que era un niño triste. 

¿Y por qué los demás podían hacerlo y yo no, si yo, tenía manos y boca y piernas como ellos?  No lo sé, ni nunca lo sabré.  

Ciertas cosas yo no podía hacerlas. El mayor impedimento era hablar. Las demás, más o menos si podía. Pero al intentar hablar me quedaba mudo de golpe. Se me hacía un nudo en la garganta que me lo impedía. Nadie podría explicarse aquello. Era como una enfermedad rara, inexplicable. Tan solo los expertos podrán entender algo y tratar de aliviarlo, los demás la calificarían como una tontuna o algo parecido.  

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