sábado, 7 de febrero de 2015

La propia muerte


Tuvo la suerte, más bien la desgracia, de asistir a su propia muerte, a su funeral y a su entierro. 
No estaban en él todos los que debieran y algunos de los que estaban como las moscas cojoneras estorbando en todos los sitios. 
La muerte entierro funeral fiesta no fue todo lo grande que el finado creía merecer, mejor no haberlo visto. 
Fue una experiencia desagradable, menos por vivir la propia muerte más porque hubo poca pena. 
Era un muerto indiferente. 
Solo algunas personas lloraron de verdad la pérdida, otras más daban el pésame educadamente pero la mayoría estaban por estar, porque les pilló allí el suceso, por hábito o por obligación moral.

            Para esto no merece la pena vivir, o mejor dicho, no vale la pena morirse. 
Cuando uno se muera que se esté de verdad muerto. Seguramente todos habremos asistido alguna vez, más de una vez, a nuestro propio entierro pero ninguna experiencia tan mala como la primera. 
Es preferible matarse antes que asistir a la propia muerte.